
La Ribeira Sacra
Compartida por Lugo y Ourense, la montañosa comarca aúna paisajes excepcionales y un valioso patrimonio medieval.
Un dicho popular advierte que el Miño se lleva la fama, pero en realidad es el Sil quien “pone el agua”. El mejor lugar donde comprobarlo es la comarca donde ambos ríos confluyen, entre las provincias de Lugo y Ourense. Los paisajes son allí extraordinarios, gracias sobre todo al impetuoso Sil, que talla un profundo tajo en la tierra, un cañón con 500 m de profundidad. Este escenario sublime se llenó de monjes y eremitas durante los primeros tiempos del cristianismo. Extasiados por semejante entorno, aquellos religiosos se consagraron a la vida contemplativa. Con el tiempo, sus sencillos asentamientos crecieron hasta transformarse en conventos y monasterios, que inspiraron el nombre por el que se conoce el territorio desde el siglo XII: Ribeira Sacra.
El apelativo de Ribeira Sacra fue utilizado por primera vez durante la Edad Media, en un documento sobre las posesiones del monasterio de Montederramo, expedido en 1124 por la reina Teresa de Portugal, mencionando la “rivoyra sacrata” haciendo referencia en él a la gran abundancia de ermitas y monasterios situados en el curso de los ríos Miño y Sil. Perdidos y sorprendentes rincones usados por anacoretas, ermitaños y santones, en busca del recogimiento y la paz necesaria para ponerse en relación con su dios. Los apriscos y cuevas tan comunes en los roquedos que existen entre sus parajes, servían de refugio a estos solitarios místicos. Durante el medievo muchos de los enclaves en los que estos piadosos hombres habitaron, se trasformaron en parajes venerados, lugares propicios para el cristianismo imperante a la conversión de ellos en ermitas, iglesias o monasterios.
San Fructuoso de Braga y San Martiño Dumiense fueron, a partir del siglo VI, los dos grandes impulsores de la propagación de estos primarios y rudimentarios asentamientos eremíticos que posteriormente dieron origen a los monasterios. Teniendo estas abadías su máximo esplendor durante los siglos X y XIII, desapareciendo los pequeños y medianos cenobios durante los dos siguientes siglos como consecuencia de una crisis económica y espiritual. Durante el siglo XVI, como resultado de la reforma monacal, los pequeños recintos monásticos pasan a depender de los que tienen mayor importancia y ya en el XIX, la desamortización de Mendizábal, provoca la práctica desaparición de los monjes en la mayoría de los monasterios en la Ribeira Sacra.
En este territorio se cuentan más de un centenar de iglesias que conservan en mayor o menor medida su fábrica románica, siendo una de las concentraciones de este arte más importante de Europa. Todos estos templos pertenecieron en su día a monasterios medievales que en gran parte han desaparecido y cuyos orígenes se remontan a la Alta Edad Media. Un románico austero y rural, arte esencial en Galicia y cómplice en la identidad de este paisaje.
Todas estas construcciones que en su día trasmitieron conocimiento, cultura y progreso a toda Galicia, o los restos de ellas que hasta hoy nos han llegado, conforman un valioso patrimonio creado durante 1.500 años; en el que además de sus claustros podemos encontrar castillos, capillas, pazos, centenarios molinos y medievales puentes. Completándose esta herencia cultural con restos más primitivos de la Edad del Bronce y del Hierro, así como otros que confirman la presencia de las legiones Romanas en estas tierras galaicas que posteriormente se convertirían en el Reino de los Suevos.
Comprenden esta comarca un conjunto de una veintena de municipios del norte Orensano y del sur Lucense, situados sobre un relieve de fértiles altiplanicies y suavizados montes cincelados por la erosión, siendo su común expresión el accidentado discurrir de los ríos Cabe, Miño y Sil, que transitan camino de su unión a través de barrancos y cañones de gran verticalidad, configurando un paisaje agreste y único, definiendo una tierra de original belleza.
La Ribeira Sacra es especialmente conocida por sus tesoros naturales, creando un extenso hábitat de gran diversidad y riqueza, formado por una gran masa vegetal compuesta fundamentalmente de castaños, alisos, robles y abedules, amén de toxos, xestas” y piornos, que trasforman su colorido según el paso de las estaciones. Sobre sus cultivos destaca principalmente las vides, esas cepas milenarias que dispuestas sobre infinitos bancales o terrazas, denominados por aquí “socalcos”, forman parte fundamental del paisaje de estos atrevidos y empinados valles. El fruto de ellas, ya apreciado en tiempos romanos al transformarlo en vino, al que denominaron “amandi”, hoy en día conocido como “mencía” está comercializado bajo la denominación de origen “Ribeira Sacra” que juntos con los blancos de uva “godello” son afamados para acompañar las comidas de finos comensales.
Recorrerla después de traspasar los áridos parajes de la meseta castellana nos trasladará a tiempos pasados, a brumas, a verdor, a nuevos olores, a encontramos en lugares de fábula, en los que podremos sentirnos durante algunos instantes rodeados por los míticos “xacios”, esos seres anfibios de forma humana que dicen habitan las aguas del Miño.
Con anterioridad a desembocar en Monforte y en tierras de Quiroga, muy próximo la población de Montefurado, se puede comprobar cómo la orografía del otro gran río gallego había sido durante la dominación romana, allá por el siglo II en tiempos del bético Trajano, en parte domada con la ejecución, en un meandro de 2,5 km. de un túnel de 120 m (del que actualmente solo quedan 54), desviando el rio para desecarlo y extraer del cauce original, en cantidad de veinte mil libras al año, el mineral de oro existente en aquel entonces por estas tierras, tan preciado para el sustento del Imperio. Una de las mayores obras de ingeniería en tiempos romanos de nuestro territorio, pudiendo haberse situado para su protección la Undécima Legión Romana en sus proximidades. Curioso es el hecho de hallarse en las cercanías la población de Sesmil, siendo “seis mil” el número de soldados que formaban una legión. En la aldea de San Miguel de Montefurado, podremos así mismo aprecias restos de otras obras de minería romana, muy similares las de Las Medulas en el vecino Bierzo.
Su capital es Monforte de Lemos, asentada en una llanura regada por el río Cabe, afluente del Sil. El origen del núcleo se remonta a los lemayos, pueblo celta del que deriva el topónimo Lemos. Sobre las ruinas de su antiguo asentamiento se erigió con el tiempo un monasterio, San Vicente do Pino, en torno al cual prosperó un mercado agrícola y ganadero, germen del Monforte medieval.
Aquel cenobio sigue en pie, aunque el edificio actual es del siglo XVI. El convento tiene su papel en algunas leyendas locales. Una de ellas habla sobre el abad Diego García, cuyo sepulcro en piedra permanece en la iglesia. La tradición asegura la existencia de un pasadizo subterráneo que comunicaba el monasterio con el palacio de los condes de Lemos, abierto para que los poderes político y eclesiástico se comunicaran con discreción, sin mezclarse con la plebe. El citado abad le dio un mal uso, aprovechándolo para intimar con la esposa del conde de turno en su ausencia. Advertido este, invitó al lascivo abad a una cena, al final de la cual ordenó que le calaran una corona de hierro al rojo vivo. Este truculento relato —del que existen distintas versiones, algunas más políticas que disipadas— se conoce popularmente como ‘La corona de fuego’.
El actual palacio de los Condes de Lemos no hace justicia a su pasado. El condado perteneció a la poderosa casa de Castro, cantera de estadistas y diplomáticos. Sus acaudalados miembros impulsaron las artes y las letras, fueron generosos mecenas. Su palacio no solo atesoró multitud de tapices flamencos, sino también lienzos de Tiziano, Rafael o El Greco. Por desgracia, todo quedó reducido a cenizas a raíz de un devastador incendio en 1672. Como curiosidad, el título de conde de Lemos corresponde actualmente a Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, XIX duque de Alba.
El rastro medieval de Monforte no se agota en sus dos centros de poder. Todavía perviven, por ejemplo, parte de las murallas y algunas de sus torres defensivas. El recinto fortificado también conserva tres puertas originales: las de Cadea Vella, la Alcazaba y la Nova. Esta última luce el emblema de los condes en mármol. En torno a la muralla discurre el casco viejo, con bastantes casas blasonadas. A finales de la edad media, Monforte acogió, además, una de las comunidades judías más importantes de Galicia.
El puente Viejo, del siglo XVI, atraviesa el río Cabe y conduce al convento de Santa Clara, con un museo de arte sacro que merece una visita. Conserva reliquias sorprendentes, vinculadas a la crucifixión de Cristo, como una astilla del lignum crucis (cruz donde murió Jesús), un clavo supuestamente extraído de esa misma cruz, o una espina de la corona con que se torturó al nazareno. A orillas del río Cabe está también el colegio de Nosa Señora da Antiga, más conocido como ‘El pequeño Escorial gallego’, un edificio renacentista con algunos lienzos de El Greco.
Saliendo de Monforte en dirección a Escairón, hacia el valle del Miño. A pocos kilómetros está el monumental Pazo de Tor, un edificio barroco reconvertido en museo etnográfico. Su biblioteca tiene más de 8.000 libros, algunos muy antiguos. El pazo también cuenta con una estupenda colección de armaduras de los siglos XIV y XV, y una sala de música con piezas llamativas, como un claviórgano Longman & Broderip o un pianoforte Collard & Collard. Una presa gestiona el caudal del río Miño en el municipio de Belesar. El valle tiene una vegetación frondosa, en apariencia impenetrable, cuyo verdor uniforme solo interrumpen las presencias grisáceas de varias iglesias románicas que asoman al río y los viñedos que crecen en escuetos bancales arañados a las laderas.
Santo Estevo de Ribas de Miño es un templo de finales del siglo XII, concebido por un supuesto discípulo del Maestro Mateo. La tradición afirma que aquel arquitecto llegó a la comarca poco después de la culminación del Pórtico de la Gloria en la catedral de Santiago de Compostela. El gigantesco rosetón de Santo Estevo es uno de los más espectaculares del arte medieval en Galicia.
Los caldos de la Ribeira Sacra tienen denominación de origen desde 1997. Muchos de los viñedos locales ponen los pelos de punta, ya que crecen en terrazas diminutas que desafían la verticalidad del territorio, montañas enteras talladas escalón a escalón desde la cima hasta la base por los tenaces campesinos. La uva más común en la comarca es la negra mencía, aunque tiende a mezclarse con otras variedades. En la actualidad hay 2.900 viticultores y casi un centenar de bodegas en activo. Muchos vecinos viven de algún modo de unos vinos cada vez más estimados.
En Belesar descubro otro de los pilares económicos de la comarca: el turismo. Allí amarran los barcos que realizan agradables excursiones por el valle del Miño. Sus navegaciones tienen una duración aproximada de dos horas. Cercana a la aldea de Buxán, la iglesia de San Paio de Diomondi está datada en 1170. Honra a un santo martirizado en Córdoba: san Pelayo (Paio en gallego). El templo formó parte de un monasterio benedictino ya desaparecido. Otras construcciones cercanas y de la misma época aproximada son San Miguel de Eiré, San Fiz de Cangas, Santo Estevo de Atán o San Vicente de Pombeiro.
El pueblo de Os Peares es el vértice de la Ribeira Sacra, ya que en él confluyen los ríos Miño y Sil, además del Bubal. Su emplazamiento es notable, entre montañas abruptas. La presencia de los tres ríos condiciona los desplazamientos vecinales y obligó a la construcción de diversos puentes. Uno de ellos, en hierro, lo creó el taller del mismísimo Gustave Eiffel. Por desgracia, las secuelas administrativas de la localización del núcleo son enrevesadas: aunque apenas cuenta con 80 casas, estas se reparten entre dos provincias (Orense y Lugo), cuatro ayuntamientos (Carballedo, A Peroxa, Ferreira de Pantón y Nogueira de Ramuín), tres partidos judiciales (Chantada, Ourense y Monforte de Lemos) y tres parroquias. El motivo es el uso de los ríos como límites administrativos. La consecuencia es una desquiciada dispersión vecinal en ámbitos como el escolar o el sanitario, en función de la orilla donde se vive.
El embalse de Santo Estevo represa las aguas del Sil y acoge el embarcadero de donde zarpan los barcos que recorren su vertiginoso cañón. Los catamaranes proponen diferentes rutas. La más larga recorre 24 km río arriba. Merece la pena, ya que si bien la primera parte de la navegación es bonita, con horizontes amplios y humanizados, el Sil se asilvestra aguas arriba, se vuelve impresionante: el cauce se angosta, el bosque desaparece, las paredes se yerguen y fingen precipitarse voraces sobre el río… Los barquichuelos devienen frágiles esquifes, y el pasaje enmudece en un silencio sobrecogido ante un entorno tan superlativo.
Más monasterios asoman en las alturas, joyas medievales que se pueden visitar cuando acaba la travesía fluvial. Santa Cristina de Ribas de Sil fue uno de los cenobios más importantes de la Ribeira Sacra durante la edad media. Construido en el siglo X, sus monjes benedictinos se dedicaron a la explotación de los castaños y de la vid. La iglesia, románica, es de finales del siglo XII. También imponente, Santo Estevo de Ribas de Sil abandonó su uso religioso para reconvertirse en parador nacional.
Muy cercanos a ambos están Os Balcóns de Madrid, un conjunto de miradores que permiten admirar el Sil desde 400 m de altura. Las panorámicas son impresionantes. Justo enfrente se ve el Santuario de Cadeiras, separado por el profundo tajo.
La Fábrica da Luz de Barxacova, una antigua central hidroeléctrica transformada en albergue turístico, es el punto de partida de un fantástico recorrido senderista: el de las pasarelas del río Mao, un afluente del Sil. El camino discurre sobre una estructura elevada a través de un bosque de robles, castaños, madroños y laureles. La ruta es circular y tiene una longitud de 11 km, sigue el trazado de un antiguo canal de agua que vertía en la central hidroeléctrica. La senda serpentea y ofrece amplias panorámicas de un valle delicioso, además de permitir el descubrimiento de unas tumbas antropomórficas excavadas en la roca, de varios molinos, del puente romano de Conceliñas y de la aldea de Barxacova. Qué final más divertido para este viaje por una Galicia interior aún poco conocida.
La magia de estos parajes nos animó a Kia Ora Travellers a diseñar un recorrido por este territorio en el que cuando llegaron los romanos, descubrieron que en un área con una climatología tan particular, existía una zona que replicaba el clima mediterráneo y decidieron como no, aprovechar estas tierras para potenciar el cultivo de sus deseados caldos.